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En la industria de transformación del tomate, las calderas constituyen un elemento esencial para garantizar la continuidad y eficiencia del proceso productivo.
Su función principal es la generación de vapor, un recurso energético versátil que se aplica en diferentes etapas clave de la producción. Desde el escaldado de los frutos para facilitar el pelado, hasta la concentración del tomate en evaporadores, el vapor asegura tanto la calidad del producto final como la optimización de los tiempos de proceso.
Asimismo, las calderas proporcionan el aporte térmico necesario en operaciones de esterilización y pasteurización, fundamentales para garantizar la seguridad alimentaria y prolongar la vida útil de las conservas. A esto se suma su papel en las rutinas de limpieza y desinfección de equipos (CIP), donde el vapor se convierte en una herramienta higiénica y eficaz, además de su uso en servicios auxiliares que mantienen la estabilidad operativa de la planta.
En este contexto, el agua de aporte a caldera adquiere una relevancia estratégica: su calidad influye directamente en la fiabilidad, eficiencia y vida útil de los equipos, repercutiendo tanto en los costes de operación como en la sostenibilidad del proceso.
Por todo ello, resulta evidente que el correcto funcionamiento de una caldera no depende únicamente de su diseño o de las condiciones de operación, sino también —y de manera decisiva— de la calidad del agua que la alimenta. Incrustaciones, corrosión o arrastres de impurezas pueden comprometer la eficiencia del sistema, incrementar los consumos energéticos e incluso provocar paradas no programadas. De ahí que la adecuación del agua de aporte se convierta en un aspecto crítico para garantizar la seguridad, la continuidad y la rentabilidad de los procesos en la industria tomatera.
El vapor es tan importante en la industria tomatera como delicado resulta el equilibrio que lo hace posible. Cuando el agua de aporte no recibe el tratamiento adecuado, la caldera queda expuesta a una serie de fenómenos que afectan de manera directa a su rendimiento y seguridad operativa.
Entre los más frecuentes destacan:
Estos problemas, aunque de naturaleza diferente, tienen un denominador común: incrementan los costes de operación, reducen la disponibilidad de la planta y, en casos extremos, pueden ocasionar paradas no programadas que impactan directamente en la productividad de la industria.
La prevención de incrustaciones, corrosión y arrastres comienza mucho antes de la puesta en marcha de la caldera: se inicia en la correcta preparación del agua que la alimenta. La estrategia de tratamiento debe diseñarse en función de la calidad del agua disponible en origen (pozo, red, reutilización, etc.) y de las exigencias operativas de la caldera y del proceso productivo asociado.
El tratamiento del agua de aporte suele estructurarse en etapas sucesivas, combinando tecnologías físicas y químicas:
En conjunto, este esquema de tratamiento asegura que el agua de aporte cumpla con los parámetros exigidos para el funcionamiento fiable de las calderas, prolongando su vida útil, reduciendo el consumo energético y minimizando paradas imprevistas. En el caso de la industria tomatera, donde la estacionalidad concentra la producción en campañas intensivas, disponer de un sistema de tratamiento robusto y flexible resulta determinante para garantizar la continuidad del suministro de vapor y, con ello, la competitividad del proceso.
Un ejemplo representativo de la importancia del tratamiento del agua de aporte lo encontramos en la industria tomatera de España y en el caso que nos ocupa, una multinacional precisaba de producir agua de aporte a las calderas. En esta planta, la calidad del agua bruta, procedente de un descalcificador dúplex, presentaba altos niveles de sales y oxígeno disuelto, factores que estaban generando problemas recurrentes de incrustaciones y riesgo de corrosión en las calderas.
Tras un estudio técnico, J. Huesa ha diseñado, fabricado a medida y puesto en marcha una línea de tratamiento de agua con el objetivo de obtener agua exenta de salinidad compuesta por los siguientes subprocesos:
| Caudal de aporte | 35,7 m³/h |
| Caudal permeado RO | 25 m³/h |
| Caudal rechazo RO | 10,7 m³/h |
| Caudal total diario permeado RO | 600 m³/día |
| Horas de trabajo | 24 horas/día |
| Uso del agua tratada | Aporte a caldera |
Como primer tratamiento, se incluye desinfección mediante dosificación de hipoclorito sódico, y un sistema de filtración de anillas de una sola etapa (50 μm) autolimpiable, con el fin de reducir la cantidad y micraje de los sólidos en suspensión presentes en el agua de aporte.
El equipo está compuesto por una sola etapa, de 4 campanas filtrantes, con anillas de 1000 μm de paso de sólidos. Cada una de ellas consta de un elemento filtrante, compuesto por discos ranurados, que permiten retener las partículas de tamaño superior al grado de filtrado. Dichos discos combinan filtración en superficie y filtración en profundidad para lograr la máxima precisión y seguridad en el filtrado.
El equipo es autogestionado por su propia electrónica, entrando en limpieza según se haya programado el controlador y sin interrumpir la producción de agua filtrada en ningún momento. El agua a desagüe producida durante estas limpiezas es mínima. Para una mayor eficiencia en los lavados, se incluye un sistema de aire comprimido.
El sistema realiza dos fases independientes en cada unidad de filtración, pero simultáneas en el equipo de filtración en momentos puntuales, denominados fase de filtración y fase de limpieza.
La ósmosis inversa es un fenómeno físico natural que se produce cuando dos soluciones con diferente concentración de solutos se encuentran separadas por una membrana semipermeable y tienden a igualar sus concentraciones hasta el equilibrio. Las características analíticas del agua bruta de aportación recomiendan un tratamiento de esta agua mediante técnicas de separación por membranas semipermeables de osmosis inversa.
Las membranas de ósmosis inversa tienen una gran resistencia química, pues pueden trabajar en un rango de pH de 2 a 13, lo que les confiere una gran facilidad de lavado y recuperación, al admitir gran variedad de productos químicos de lavado. Las membranas están montadas en carcasas de presión, fabricadas en PRFV bobinado.
Para los iones monovalentes la selectividad de separación varía entre el 90-95%; para los iones divalentes la selectividad es superior al 98%, y para los coloides minerales u orgánicos, bacterias y virus alcanza una selectividad del 99,9%.
Para la correcta limpieza de dichas membranas, la planta cuenta con un sistema CIP (Cleaning In Place), el cual se hace circular de forma manual una solución de productos químicos sobre el circuito durante un tiempo establecido.
La desinfección es otro paso de tratamiento previo típico que se utiliza para impedir saturación biológica de la membrana. Es de suma importancia verificar que el material de la membrana y el agente desinfectante sean compatibles, debido a que muchos de estos pueden dañar de manera permanente a la membrana de ósmosis.
En la industria tomatera, las calderas no son un simple equipo auxiliar: representan la columna vertebral que sostiene procesos tan críticos como el escaldado, la concentración o la esterilización. De
ahí que la calidad del agua de aporte no deba considerarse un aspecto secundario, sino un factor determinante en la eficiencia, seguridad y sostenibilidad del conjunto de la planta.
Una estrategia de tratamiento bien diseñada no solo protege la integridad de la caldera frente a incrustaciones, corrosión o arrastres, sino que además optimiza el consumo energético, minimiza paradas no programadas y asegura la continuidad operativa en campañas donde cada hora de producción resulta decisiva.
En este sentido, invertir en la adecuación del agua de aporte debe entenderse menos como un coste añadido y más como una garantía de competitividad, productividad y responsabilidad ambiental en un sector cada vez más exigente.
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