por J. Huesa Water Technology 9 de diciembre, 2025 XML
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En la industria de transformación del tomate, las calderas constituyen un elemento esencial para garantizar la continuidad y eficiencia del proceso productivo.

El papel de las calderas en la industria tomatera

Su función principal es la generación de vapor, un recurso energético versátil que se aplica en diferentes etapas clave de la producción. Desde el escaldado de los frutos para facilitar el pelado, hasta la concentración del tomate en evaporadores, el vapor asegura tanto la calidad del producto final como la optimización de los tiempos de proceso.

Asimismo, las calderas proporcionan el aporte térmico necesario en operaciones de esterilización y pasteurización, fundamentales para garantizar la seguridad alimentaria y prolongar la vida útil de las conservas. A esto se suma su papel en las rutinas de limpieza y desinfección de equipos (CIP), donde el vapor se convierte en una herramienta higiénica y eficaz, además de su uso en servicios auxiliares que mantienen la estabilidad operativa de la planta.

En este contexto, el agua de aporte a caldera adquiere una relevancia estratégica: su calidad influye directamente en la fiabilidad, eficiencia y vida útil de los equipos, repercutiendo tanto en los costes de operación como en la sostenibilidad del proceso.

Por todo ello, resulta evidente que el correcto funcionamiento de una caldera no depende únicamente de su diseño o de las condiciones de operación, sino también —y de manera decisiva— de la calidad del agua que la alimenta. Incrustaciones, corrosión o arrastres de impurezas pueden comprometer la eficiencia del sistema, incrementar los consumos energéticos e incluso provocar paradas no programadas. De ahí que la adecuación del agua de aporte se convierta en un aspecto crítico para garantizar la seguridad, la continuidad y la rentabilidad de los procesos en la industria tomatera.

Los riesgos de una alimentación inadecuada en calderas

El vapor es tan importante en la industria tomatera como delicado resulta el equilibrio que lo hace posible. Cuando el agua de aporte no recibe el tratamiento adecuado, la caldera queda expuesta a una serie de fenómenos que afectan de manera directa a su rendimiento y seguridad operativa.

Entre los más frecuentes destacan:

  • Incrustaciones: provocadas por sales de calcio, magnesio y sílice, que se depositan sobre las superficies de intercambio térmico. Estas incrustaciones actúan como un aislante, reduciendo la eficiencia de transmisión del calor, aumentando el consumo de combustible y elevando el riesgo de sobrecalentamiento localizado.
  • Corrosión: asociada tanto al oxígeno disuelto como a gases ácidos (CO₂, SO₂) presentes en el agua. La corrosión degrada las superficies metálicas, compromete la integridad de tuberías y calderines y puede derivar en fugas o fallos estructurales graves.
  • Arrastres (carryover): cuando el vapor generado se lleva consigo gotas de agua con sales y sólidos disueltos, lo que no solo disminuye la calidad del vapor sino que también afecta a los equipos aguas abajo, como intercambiadores o autoclaves.
  • Formación de lodos y depósitos: procedentes de partículas en suspensión o precipitados químicos, que se acumulan en las zonas de baja circulación de la caldera, reduciendo su capacidad operativa y aumentando las necesidades de purga.

Estos problemas, aunque de naturaleza diferente, tienen un denominador común: incrementan los costes de operación, reducen la disponibilidad de la planta y, en casos extremos, pueden ocasionar paradas no programadas que impactan directamente en la productividad de la industria.

Adecuación del agua de aporte a calderas en la industria alimentaria

La prevención de incrustaciones, corrosión y arrastres comienza mucho antes de la puesta en marcha de la caldera: se inicia en la correcta preparación del agua que la alimenta. La estrategia de tratamiento debe diseñarse en función de la calidad del agua disponible en origen (pozo, red, reutilización, etc.) y de las exigencias operativas de la caldera y del proceso productivo asociado.

El tratamiento del agua de aporte suele estructurarse en etapas sucesivas, combinando tecnologías físicas y químicas:

  • Pretratamiento físico-químico: Incluye sistemas de filtración (multicapa, cartuchos, auto limpiantes) para la eliminación de sólidos en suspensión, y en algunos casos dosificación de reactivos (coagulantes, inhibidores) que mejoran la calidad inicial del agua. El objetivo es proteger las etapas posteriores y garantizar una alimentación estable.
  • Desmineralización: Para reducir las sales responsables de las incrustaciones, se recurre a procesos como la ósmosis inversa o los intercambiadores iónicos (catiónicos y aniónicos). En función del nivel de exigencia, puede requerirse una desmineralización completa (agua desionizada) o parcial, ajustada a los parámetros de diseño de la caldera.
  • Desgasificación: Eliminar el oxígeno disuelto y el CO₂ es fundamental para evitar fenómenos de corrosión. Esto se logra mediante desgasificadores térmicos (aprovechando vapor para expulsar gases) o desoxigenación química con aditivos específicos.
  • Acondicionamiento químico: Incluso tras los procesos anteriores, es necesario aplicar tratamientos químicos de control, como inhibidores de corrosión, secuestrantes de dureza residual y productos que regulen el pH. La dosificación debe monitorizarse de forma continua, ajustando los valores de conductividad, alcalinidad y oxígeno disuelto.
  • Control operativo y purgas: La implementación de un programa de purgas controladas evita la concentración excesiva de sales y sólidos dentro de la caldera. El seguimiento analítico periódico y los sistemas de instrumentación online permiten mantener una operación eficiente y segura.

En conjunto, este esquema de tratamiento asegura que el agua de aporte cumpla con los parámetros exigidos para el funcionamiento fiable de las calderas, prolongando su vida útil, reduciendo el consumo energético y minimizando paradas imprevistas. En el caso de la industria tomatera, donde la estacionalidad concentra la producción en campañas intensivas, disponer de un sistema de tratamiento robusto y flexible resulta determinante para garantizar la continuidad del suministro de vapor y, con ello, la competitividad del proceso.

Caso de éxito: tratamiento de agua de calderas en la industria nacional

Un ejemplo representativo de la importancia del tratamiento del agua de aporte lo encontramos en la industria tomatera de España y en el caso que nos ocupa, una multinacional precisaba de producir agua de aporte a las calderas. En esta planta, la calidad del agua bruta, procedente de un descalcificador dúplex, presentaba altos niveles de sales y oxígeno disuelto, factores que estaban generando problemas recurrentes de incrustaciones y riesgo de corrosión en las calderas.

Tras un estudio técnico, J. Huesa ha diseñado, fabricado a medida y puesto en marcha una línea de tratamiento de agua con el objetivo de obtener agua exenta de salinidad compuesta por los siguientes subprocesos:

  1. Pretratamiento.
  2. Ósmosis Inversa.
  3. Equipo CIP de limpieza.

Caudal de diseño

Caudal de aporte 35,7 m³/h
Caudal permeado RO 25 m³/h
Caudal rechazo RO 10,7 m³/h
Caudal total diario permeado RO 600 m³/día
Horas de trabajo 24 horas/día
Uso del agua tratada Aporte a caldera

Pretratamiento

Como primer tratamiento, se incluye desinfección mediante dosificación de hipoclorito sódico, y un sistema de filtración de anillas de una sola etapa (50 μm) autolimpiable, con el fin de reducir la cantidad y micraje de los sólidos en suspensión presentes en el agua de aporte.

El equipo está compuesto por una sola etapa, de 4 campanas filtrantes, con anillas de 1000 μm de paso de sólidos. Cada una de ellas consta de un elemento filtrante, compuesto por discos ranurados, que permiten retener las partículas de tamaño superior al grado de filtrado. Dichos discos combinan filtración en superficie y filtración en profundidad para lograr la máxima precisión y seguridad en el filtrado.

El equipo es autogestionado por su propia electrónica, entrando en limpieza según se haya programado el controlador y sin interrumpir la producción de agua filtrada en ningún momento. El agua a desagüe producida durante estas limpiezas es mínima. Para una mayor eficiencia en los lavados, se incluye un sistema de aire comprimido.

El sistema realiza dos fases independientes en cada unidad de filtración, pero simultáneas en el equipo de filtración en momentos puntuales, denominados fase de filtración y fase de limpieza.

Ósmosis Inversa

La ósmosis inversa es un fenómeno físico natural que se produce cuando dos soluciones con diferente concentración de solutos se encuentran separadas por una membrana semipermeable y tienden a igualar sus concentraciones hasta el equilibrio. Las características analíticas del agua bruta de aportación recomiendan un tratamiento de esta agua mediante técnicas de separación por membranas semipermeables de osmosis inversa.

Las membranas de ósmosis inversa tienen una gran resistencia química, pues pueden trabajar en un rango de pH de 2 a 13, lo que les confiere una gran facilidad de lavado y recuperación, al admitir gran variedad de productos químicos de lavado. Las membranas están montadas en carcasas de presión, fabricadas en PRFV bobinado.

Para los iones monovalentes la selectividad de separación varía entre el 90-95%; para los iones divalentes la selectividad es superior al 98%, y para los coloides minerales u orgánicos, bacterias y virus alcanza una selectividad del 99,9%.

Equipo CIP de limpieza

Para la correcta limpieza de dichas membranas, la planta cuenta con un sistema CIP (Cleaning In Place), el cual se hace circular de forma manual una solución de productos químicos sobre el circuito durante un tiempo establecido.

La desinfección es otro paso de tratamiento previo típico que se utiliza para impedir saturación biológica de la membrana. Es de suma importancia verificar que el material de la membrana y el agente desinfectante sean compatibles, debido a que muchos de estos pueden dañar de manera permanente a la membrana de ósmosis.

Conclusiones

En la industria tomatera, las calderas no son un simple equipo auxiliar: representan la columna vertebral que sostiene procesos tan críticos como el escaldado, la concentración o la esterilización. De
ahí que la calidad del agua de aporte no deba considerarse un aspecto secundario, sino un factor determinante en la eficiencia, seguridad y sostenibilidad del conjunto de la planta.

Una estrategia de tratamiento bien diseñada no solo protege la integridad de la caldera frente a incrustaciones, corrosión o arrastres, sino que además optimiza el consumo energético, minimiza paradas no programadas y asegura la continuidad operativa en campañas donde cada hora de producción resulta decisiva.

En este sentido, invertir en la adecuación del agua de aporte debe entenderse menos como un coste añadido y más como una garantía de competitividad, productividad y responsabilidad ambiental en un sector cada vez más exigente.

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