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La producción de plásticos en Europa ha caído en los últimos años, impulsada por la presión normativa, el avance de la economía circular y el encarecimiento de las materias primas fósiles. En 2023, según Plastics Europe, el continente fabricó 54 millones de toneladas, la cifra más baja del último lustro.
Sin embargo, este cambio en la industria no ha ido acompañado de un refuerzo del compromiso ciudadano. En España, la preocupación por el impacto ambiental de los plásticos ha descendido de forma notable, de acuerdo con el estudio anual sobre consumo sostenible realizado por ClicKoala y el Grupo de Investigación en Psicología Ambiental de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Solo el 49% de la población española se declara hoy “muy preocupada” por el exceso de plásticos, frente al 67% que lo afirmaba en 2019. Una caída de casi 20 puntos que los autores del informe interpretan como un “síntoma de desgaste” de uno de los símbolos más visibles del activismo medioambiental de los últimos años. No obstante, esta situación tiene una causa más profunda: la ciudadanía se otorga a sí misma una nota media de 4,4 sobre 10 en conocimientos sobre residuos.
Los últimos datos del informe Plastics – the fast Facts 2024, elaborado con datos de Eurostat y estimaciones sectoriales, revelan que la producción de plásticos en el continente europeo se situó en poco más de 50 millones de toneladas en 2023, frente a los 58,9 de 2022 o los 60,8 de 2020. Esta caída se produce en un contexto de transformación industrial, en el que el sector busca adaptarse a los objetivos de neutralidad climática y eficiencia de recursos marcados por Bruselas.
No obstante, el cambio de modelo es todavía parcial. Solo el 12% de la producción europea proviene de fuentes consideradas circulares: plásticos reciclados postconsumo, materiales bio-basados (aquellos fabricados con materias primas de origen biológico) o tecnologías de captura de carbono. La gran mayoría de los polímeros siguen teniendo un origen fósil. Alemania concentra el 20,7% de la producción europea de plásticos, seguida de Bélgica (14,7%), Francia (11,2%), España (8,5%) e Italia (4,4%).
En cuanto al reciclaje postconsumo, se estima que Europa produjo en 2023 unos 7,2 millones de toneladas de plástico reciclado, con Alemania (22 %) e Italia (15 %) como principales contribuyentes. España, con un 11,9 %, se mantiene entre los países más activos en este ámbito. La producción de plásticos bio-basados, por su parte, es aún marginal: apenas 0,3 millones de toneladas en todo el continente, con Italia concentrando el 34,2 % de este tipo de materiales.
En paralelo a esta transformación en la industria, el interés de la ciudadanía por el problema del plástico parece haberse debilitado. Según el estudio español, basado en 2.000 entrevistas representativas, en 2019 cuatro de cada diez personas intentaban evitar productos con plásticos de un solo uso. En la actualidad, esa proporción ha caído a tres de cada diez.
Los investigadores apuntan a varios factores que explican este retroceso. Uno de los más relevantes es la pérdida de visibilidad del tema en la conversación pública. La caída en la cobertura mediática y en la presencia del problema en el debate social ha provocado, según recoge el medio especializado Residuos Profesional, una forma de “silencio ambiental” que dificulta la continuidad del compromiso individual.
Este fenómeno no es exclusivo del plástico. Otras causas ambientales han seguido trayectorias similares: tras alcanzar picos de atención pública vinculados a campañas, documentales o catástrofes, han perdido espacio en la agenda social. Pero el caso de este material es significativo porque su visibilidad dependía en gran parte de gestos cotidianos como rechazar una bolsa, elegir un envase reutilizable o comentar sobre los residuos generados por un producto.
El estudio también indaga en las fórmulas más eficaces para incentivar comportamientos sostenibles. Uno de los hallazgos más relevantes tiene que ver con el sistema de devolución de envases. Cuando se presenta como una posibilidad de “recuperar el importe al devolver el envase”, cuenta con un respaldo del 84% de los encuestados. En cambio, si se describe como un sistema en el que “pagas un extra por cada envase”, aunque luego se devuelva, el apoyo baja al 60%. La medida es exactamente la misma, pero el modo en que se comunica influye en su aceptación.
Por su parte, separar bien los residuos a cambio de una recompensa cuenta con un 81% de respaldo, mientras que propuestas como pagar más según la cantidad de basura generada dividen a la ciudadanía: solo un 49 % las considera una buena idea. Los autores del estudio destacan que las políticas percibidas como castigo tienden a generar rechazo, mientras que las que se vinculan con beneficios individuales o colectivos generan mayor apoyo y participación.
Separar residuos en casa sigue siendo uno de los comportamientos más consolidados en la población española. Un 42% de los encuestados considera que es una “muy buena idea” y cerca del 80 % lo aprueba en general. Sin embargo, esta práctica se enfrenta a un problema creciente de desinformación. Expresiones como “todo se mezcla después” o “reciclar no sirve para nada” siguen circulando, especialmente en entornos digitales, pese a que ya quedan desmontados por especialistas.
Aunque no son creencias mayoritarias, tienen un efecto corrosivo sobre la confianza ciudadana en el sistema de gestión de residuos. El estudio señala que contar el “viaje de los residuos” hasta su tratamiento final podría reforzar el vínculo entre acción individual y consecuencias reales. Iniciativas como visitas a plantas de reciclaje, vídeos explicativos, campañas con datos locales o retos vecinales pueden ayudar a fortalecer ese vínculo.
Sin saber qué ocurre con lo que se tira, resulta más difícil actuar de forma informada y sostenida. La brecha entre intención y acción no se reduce solo con concienciación, sino también con herramientas comprensibles y accesibles que permitan traducir esa intención en hábitos reales.
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