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En un contexto donde los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas) se han infiltrado en el entorno global, desde el agua potable hasta los tejidos humanos, cualquier avance tecnológico realista, escalable y respetuoso con el medio ambiente representa un paso vital.
El trabajo reciente liderado por investigadores de Rice University (Houston, EEUU), en alianza con instituciones coreanas, propone no solo una solución, sino una transformación en cómo abordar este desafío ambiental persistente.
Desde los años 40, los PFAS se han utilizado en miles de productos: utensilios de cocina antiadherentes, espumas contra incendios, textiles impermeables, envases alimentarios y más. Su éxito comercial radica en su resistencia térmica, química e hidrofóbica. El problema: esa misma estabilidad hace que no se degraden ni en décadas.
Hoy, estas sustancias están presentes en el 98 % de las muestras de sangre humana analizadas a nivel global. Su presencia se asocia con cánceres específicos, alteraciones hormonales, disfunciones inmunológicas y problemas reproductivos. A pesar de esto, la regulación ha avanzado de forma desigual: mientras la Unión Europea avanza hacia su prohibición progresiva, países como Estados Unidos recién comienzan a establecer límites máximos en agua potable, en el orden de 4 nanogramos por litro para algunos compuestos.
Los métodos actuales —como carbón activado o resinas de intercambio iónico— capturan PFAS con dificultad, de forma lenta y generan residuos contaminados que deben tratarse aparte. Estos enfoques son, en esencia, parches costosos que trasladan el problema de un lugar a otro.
El nuevo material desarrollado por el equipo de Rice rompe con esa lógica. Basado en hidróxidos dobles laminares (LDH) de cobre y aluminio, este compuesto logra atrapar los PFAS en cuestión de minutos, incluso en aguas complejas como la de ríos contaminados o sistemas de tratamiento de aguas residuales industriales. Su estructura interna cargada y ordenada facilita una adsorción selectiva, rápida y masiva.
¿Qué lo hace diferente?
Este avance convierte al LDH no solo en un filtro, sino en una plataforma activa, lista para integrarse a sistemas reales.
Eliminar PFAS del agua es solo la mitad del problema. Destruirlos sin generar nuevos contaminantes ha sido, hasta ahora, una tarea pendiente. La solución propuesta por el equipo de Rice y colaboradores consiste en calentar el material saturado en presencia de carbonato cálcico, descomponiendo los PFAS sin liberar subproductos peligrosos.
Este enfoque no solo evita emisiones secundarias, sino que recupera y reactiva el material. Al poder repetir el proceso múltiples veces, se reduce el uso de recursos, los costos operativos y la huella ecológica total.
Este avance tiene implicaciones tangibles en la lucha contra la contaminación química:
Más allá de los laboratorios, el verdadero valor de este desarrollo está en su capacidad para acelerar la transición hacia sistemas de tratamiento de agua más seguros, circulares y resilientes. Es un paso concreto hacia un futuro donde la innovación no solo resuelve problemas, sino que previene nuevas crisis.
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